Gruesas lágrimas brotaban de los bellos ojos del príncipe emperador. Y frente a él, el teúl. Cuasi un dios, el capitán español. Cortés veía la hermosa figura del joven príncipe. Él, el gran guerrero azteca, humillado y derrotado, le dirigía sus palabras. Su mandíbula tornase rígida y los ojos vidriosos. Lloraba. Lloraba y al mismo tiempo hablaba. Cortés no le entendía. Los soldados españoles le detenían por los brazos. Y un esclavo negro en tremenda prisa le ataba los pies con una gruesa soga. La soga apretaba los sagrados pies que calzaban sandalias de rey, hechas de piel de venado. Los otros príncipes guerreros que a él le acompañaban corrían la misma suerte. El mismo tratamiento. Presos al fin. Botines de guerra. Los últimos hombres del linaje Tenochca-Tlatelolca. Rodeados de gruesos contingentes de soldados y guerreros enemigos. Sus mujeres, esposas, madres y hermanas, reinas y princesas, que al final con ellos se habían quedado, a gritos lloraban. Veían a su rey príncipe emperador humillado, atado y vencido frente al capitán español.
México, la Gran Tenochtitlan desaparecía....
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