sábado, 23 de abril de 2016

Quetzalcóatl and Tollan

The city of Tollan was founded by souls, little beings that worshiped their God and king: Quetzalcóatl.
At the beginning they had not language at all. They were living of hunting for many centuries. They came from the north, from desert.

They walked and ran over the feet placing their arms over the soil. At that point they were not fully men.  They could not speak cause they had not developed their language.

They were arriving little by little in small groups, to the sacred place and founded the city: Tollan.
Then, they developed the language, the arts, the astronomy, the art of war, the agriculture, the sculpture, etc.

One of their main legend of their God:

"The little prince took and prepared his arch. He aimed the sun. Breathing slowly, so slowly. He looked up the sun. Shining in the sky. He waited paciently. He knew this was his destiny. He was the one. He wanted to get the universe in his arrow, in his arch. He was the fire son. He was the prince. His golden sandals came across the winds. He had the world in his hands. This was the endless moment. He decided it in this way. The sun should die. And he would become the universe lord and master. He aimed the sun and released with terrible force the arch. Then, the sun blowed up. He raised. He was born. The thunder, the wind, the dog, the bird: Quetzalcoatl, the one, the sky and earth creator, the snake, the God !!! "


viernes, 14 de agosto de 2015

Tu Cabeza en el Aire

Muy temprano en la mañana se arremolinaba la gente en la plaza. Veniase anunciando desde días antes la ejecución. De muchas partes venían las gentes. Las calles eran hervideros de cuerpos que se dirigían a la plaza. Se empujaban, chocaban entre sí. Todas las personas deseaban un lugar en la plaza. Entre más cerca del escenario mejor. Una fascinación de locura estaba apoderándose de la multitud. Este sentimiento no era nuevo. Desde meses antes era conocido, en todos los rincones del país se sabía la noticia de tu encarcelamiento, de tu proceso y de tu sentencia. Eras vista como la gran enemiga. Como el gran monstruo destructor de este reino.

Yo me había apostado en una esquina de la plaza desde la noche anterior. Y también estuve rondando ahí la noche anterior a la anterior.  Y tres noches antes. Tres noches antes estuve ahi. Y la víspera finalmente ahí me quedé. Los guardias que vigilaban la plaza me observababan con sigilo y seguían mis movimientos. Sabían que yo era alguien del pueblo y que no representaba mayor problema.  Cuando de madrugada me venció el sueño me tiré en el suelo. Ahí me dormí algunas horas hasta que el frío se filtró en mis brazos y piernas y la luz de la madrugada se mostraba sobre los edificios de la plaza.  En ese momento comenzaron a llegar decenas de guardias adicionales y soldados en formación y empezaron a alinear las vallas a lo largo y ancho de la plaza. Y los ríos de personas ya se avecinaban por entre las calles aledañas. Hombres, mujeres, niños, muchachos y muchachas. Eran el pueblo. Y era el gran día. El día de la ejecución. Mucha de esta gente acudía no por un interés auténtico en el acontecimiento sino más bien por pura curiosidad y mórbida fascinación humana. Muy pronto la plaza se llenó. En el aire el sonido de las voces de la multitud formaba un terrible siseo, constante, ininterrumpible. Todos murmuraban, hablaban entre sí. Comentaban el hecho.

Entre los asistentes llegué a reconocer a uno que otro vecino de mi barrio que por ahi pasaba y se perdía en el mar de gente que asistía al evento.

No había marcha atrás. Desde muchos meses antes no hubo posibilidad de hacer reversa de los acontecimientos. La guerra civil, fratricida. Vientos de revolución. Tu caída.

La una en punto de la tarde. Te trajeron en un modesto carruaje. No digno de ti, por cierto. La plaza enmudecía a tu arribo. No murmullos, no lamentos. Todos te miraban. Muchas de aquellas gentes del pueblo te miraban extasiadas, incrédulas. No alcanzaban a creer que te tenían casi enfrente. A ti. Alguna vez excelsa, cuasi virgen. Con tu piel blanca de mármol, con tu pelo rubio de oro.  Hoy simple mortal. Cual mujer simple del pueblo.

Colocada ya boca abajo en la maquinaria maldita. Tu vestido raído. El silencio continuaba. Sólo un click clack. Un rechinido seco de cuerdas y madera. Los pasos del verdugo sobre la superficie del escenario.

De pronto el grito de un pelado: "¡ Acabadla ya !"  Y el estruendo de muerte de la multitud despertó. De inmediato todos gritaban. Pedían el fin del momento. Pedían tu vida.

¡¡¡ Click clack !!!

La cuchilla zumbaba en el espacio.
Fue un segundo eterno.
Mi corazón se escapaba.
Y mi pecho explotaba.

Tu cabeza en el aire, sin dirección planeada, caía al vacío eterno.
Y mientras,  mientras yo lloraba.








viernes, 24 de julio de 2015

Mi tía Tela

Ay mi tía Tela. Cómo la extraño. Hace muchos años, ella y yo eramos dos. Mi tía Tela. Fue como mi segunda madre. Me aconsejaba, me guiaba y me regañaba. Cómo siento su ausencia. Cómo reíamos y platicábamos. Por ella aprendí muchas cosas. A bailar, a tejer, y a escondidas de papá, a fumar y a tomar cerveza. Mi amiga, mi tía Tela. Le decíamos Tela porque se llamaba Estela. Estela Marcelina. Y porque le gustaba más el nombre de Estela muy pocos supieron que también era Marcelina. Ahora, allende el tiempo, cuánta cuenta me doy de lo valiosa que era. Era sabia. De pensamientos profundos. Cuántas veces me advirtió de un hombre o de otro, y no se equivocaba. De uno me decía "hija, este es un canalla, te lastimará mucho un día". De otro me advertía "hija, este no es bueno, en muy malos pasos está". Y desafortunadamente, siempre le atinaba. El uno el corazón me rompió porque habiendo embarazado a otra inocente doncella, a casarse le obligaban. El otro, muy hábilmente supo ocultar una vida aparte que tenía. Ay mi tía Tela. Y de aquel que me decía "hija, éste es el bueno, ¡¡ cásate !!" Yo a ése bien no le quería.

Mi tía Tela. El tiempo la venció. Y no sólo el tiempo sino la enfermedad. Fatídico el día en que por accidente resbaló y a efecto de gravedad por la escalera cayó.  Postradita en su cama. Sus últimos días triste los pasaba. Cómo sufrimos todos. Ella, papá y yo. Un día, en que llevándole su desayuno, en cama, semidormida. Fuerte respiraba. De pronto, la cabeza de lado se quedó. Ahí acabó. Mi tía Tela.

Aunque estén los días nublados

Aunque estén los días nublados, no importa. Afuera está el día gris. Hace frío y hay mucho viento. Sé que tú estás trabajando. No importa que tardes. Yo te espero. Soy paciente.  Desde tu partida en las mañanas hasta tu llegada en las noches. Aunque estén los días nublados afuera. Aquí en casa te espero. Porque aunque estés fuera,  estás dentro. Tu perfume, el de tu piel, el de tu cabello,  impregnado en mi cuarto, como si aquí estuvieras. Y aquí estás en todo. En la ventana del cuarto, en los muebles,  en la luz de las lámparas, y en tu ropa resguardada en el ropero. Este olor de jardín que abandonas en la puerta todo el día lo tengo. Y bien que sabes que aunque estés en el trabajo, con tus proyectos,  yo te espero. Llueve afuera. Son días de mucha lluvia. Se oye en las noticias, media ciudad inundada, tráfico y caos. No importa, yo te espero. Con delicadeza te preparo el alimento. Aunque estén los días nublados. Porque esta casa es tu reino. El de los dos. Aquí viviremos...

viernes, 17 de julio de 2015

La Despedida

Siempre es un momento difícil. El momento crucial en que nos alejamos de lo que queremos. De lo que estamos acostumbrados a vivir día a día. De lo que nos da felicidad o de lo que nos da tristeza. Aquello que nos acompaña comúnmente. Pero es un momento inevitable. Porque forma parte de la ley universal del cambio. Todo se mueve. Nada se queda quieto. Y en esa ley universal nos llega inevitable, la despedida.

Recordarán a aquel hombre que viendo un partido de fútbol frente al televisor, sentado en el sillón, en la sala de estar de su casa, mientras sus dos hijos pequeños se divertían en el piso con algunos juguetes, inmerso él en la emoción del gol de su equipo favorito, de repente se puso de pié y se dirigió a su mujer que en la cocina lavaba los trastes y le dijo: "Mujer, voy por unos cigarros". Ella lo miró y asintió con la cabeza. Él se dirigió a la puerta, la cruzó hacia afuera y se enfiló a la calle. Pues bien en cruzando la puerta ya nunca volvió, nunca nadie volvió a saber de él. De eso hace ya muchos años. Sus hijos crecieron. La mujer, en espera aún de aquel hombre. Nunca hubo una despedida. Y por ello, un gran hueco en el corazón de la pobre. Esta historia es de sumo conocida por todos. "El hombre que salió por cigarros y nunca volvió". Las malas lenguas dicen que tenía otra mujer y que por ello decidió abandonar el primer hogar. Otros varios, que le conocieron bien, aseguran que a él lo mataron, que andaba en malos pasos porque tenía deudas fuertes con ciertos personajes de mala reputación. Y que lo que pasó fue que mientras el hombre se dirigía al tendajón por cigarros lo abordaron oscuros hombres en la calle y con arma de fuego en mano calibre treinta y ocho y/o cuerno de chivo lo obligaron a subir a un auto de vidrios polarizados. Y de ahí más nada.
Una mujer aseguraba que lo había visto entrar alguna vez en la estación del metro Pino Suárez de la mano de otro hombre. Más nada. Su mujer aún lo espera. Faltó la despedida.

La despedida. Necesaria para dejar ir aquello que se quiere. Para liberar aquello que se aleja. Un ser querido, un familiar, un ser amado. Un amigo, un colega. Incluso un lugar, un pueblo, un barrio, una colonia. Incluso un trabajo, un taller, una oficina. Incluso un objeto, una cosa muy preciada.

Y es por ello, que una mujer aún espera a aquel hombre. Porque no hubo despedida...

Diose el caso hace un tiempo también de una mujer oriunda de esta colonia. Vivía sola, ella de edad avanzada, digamos, lo que se dice adulta mayor. Bueno, en realidad no vivía sola. Tenía en su casa con ella doce gatos. A los cuales amaba. No le conocían otra familia los vecinos. Ellos eran su propia familia. Y ella se desvivía por ellos. Y ellos la acompañaban. Resultóse que en cierta ocasión los vecinos de tiempo atrás molestos por la cantidad de gatos que la mujer poseía denunciaronla ante las autoridades de control canino y gatuno. Y después de muchas visitas y citas de los representantes de control animal, le fueron decomisados. Triste y traumática situación para aquella mujer, que poco pudo hacer para recuperarlos. Y como sola la casa, sin sus habituales habitantes que la acompañaban, la mujer sola ahora sí se quedó. La pequeña casa ahora se le hacía inmensa sin sus amados amigos. Y la melancolía le consumía. Y de mucha tristeza enfermó. Y otros síntomas aparecieron y consumían su salud. Ya los dolores reumatoides, ya la migraña, ya la tos, ya la hinchazón de los pies. Porque pensaba mucho en ellos.  Los extrañaba....No hubo despedida....

Caso conocidísimo. Una desdichada mujer que vivió en México en remotas épocas. Dícese que era española y que vino a estas tierras durante la colonia. Esposa de un hombre de gobierno que servía a la corona. Pero otros dicen que su origen era otro. Que ella era una noble indígena de los tiempos del imperio azteca. Pero hay quienes aseguran que era una mujer humilde macehual que vivió y sufrió la guerra de conquista. Lo cierto es que esta pobre infeliz perdió los hijos. No hay verdad absoluta en la forma. Los unos aseguran que en cada embarazo durante el parto los pequeños cuerpos surgían inertes del vientre. Y que nunca tuvo el placer de acariciarles o amamantarles vivos. Los otros afirman que los niños fueron robados y nunca aparecidos. Algún preciado cronista aseguraba que durante un paseo en barcaza, los niños jugando cayeron al agua y que la corriente los había tragado. Los más, dicen que los hijos eran jóvenes guerreros al servicio de su noble rey azteca Motecuzoma ó Axayacatl. Que murieron durante las guerras de conquista. Y un antiguo escribano defendió siempre la tesis de que las pobres criaturas habían muerto de hambre durante el asedio español a la noble capital azteca. El hecho es que una pobre mujer perdido para siempre había los hijos. Y por ello, eternamente infeliz vive en el inframundo y ahora eternamente llora su ausencia. Durante las noches regresa al mundo de los vivos y se lamenta dolorosamente por los hijos perdidos, le llaman en nuestros días "la llorona" ....No hubo despedida...

miércoles, 15 de julio de 2015

Un México, Muchos Méxicos

México, no es sólo uno.  México es muchos. Si estás en la ciudad tienes un México. Si estás en un barrio tienes otro. Si estás en una calle, otro distinto. Si cruzas esa calle y te posas en otra diferente, viene otro México más. Y no sólo los lugares, sino las personas, todas somos Méxicos diferentes. Quien es rico y quien es pobre. Ahí tienes, son dos Méxicos. Dos orígenes distintos, dos rutas disímbolas. Quien es de la ciudad y quien es del campo, son dos Méxicos aparte. El uno es empleado y el otro campesino. Y no se diga del dinero. Quien vive en la opulencia y quien vive en la carencia. Quien lo tiene todo y quien no tiene nada. Quien tiene la despensa llena y quien pasa hambre. Ah, y si hablamos de comportamientos, quien vive en el bien y quien vive en el mal. La persona buena y la persona mala, el criminal. Entonces, ya no hay moral.

Somos muchos en uno y uno dividido en muchos. La diversidad.

¿Cómo hacer entonces para unificarlo? ¿Cómo estar todos en uno?

México, Gran México !!!

domingo, 7 de junio de 2015

Cuauhtémoc frente a Hernán Cortés

Gruesas lágrimas brotaban de los bellos ojos del príncipe emperador. Y frente a él,  el teúl. Cuasi un dios,  el capitán español. Cortés veía la hermosa figura del joven príncipe. Él, el gran guerrero azteca, humillado y derrotado, le dirigía sus palabras. Su mandíbula tornase rígida y los ojos vidriosos. Lloraba. Lloraba y al mismo tiempo hablaba. Cortés no le entendía. Los soldados españoles le detenían por los brazos. Y un esclavo negro en tremenda prisa le ataba los pies con una gruesa soga. La soga apretaba los sagrados pies que calzaban sandalias de rey, hechas de piel de venado.  Los otros príncipes guerreros que a él le acompañaban corrían la misma suerte. El mismo tratamiento. Presos al fin. Botines de guerra. Los últimos hombres del linaje Tenochca-Tlatelolca. Rodeados de gruesos contingentes de soldados y guerreros enemigos. Sus mujeres, esposas, madres y hermanas, reinas y princesas, que al final con ellos se habían quedado,  a gritos lloraban. Veían a su rey príncipe emperador humillado, atado y vencido frente al capitán español.

México, la Gran Tenochtitlan desaparecía....