Siempre es un momento difícil. El momento crucial en que nos alejamos de lo que queremos. De lo que estamos acostumbrados a vivir día a día. De lo que nos da felicidad o de lo que nos da tristeza. Aquello que nos acompaña comúnmente. Pero es un momento inevitable. Porque forma parte de la ley universal del cambio. Todo se mueve. Nada se queda quieto. Y en esa ley universal nos llega inevitable, la despedida.
Recordarán a aquel hombre que viendo un partido de fútbol frente al televisor, sentado en el sillón, en la sala de estar de su casa, mientras sus dos hijos pequeños se divertían en el piso con algunos juguetes, inmerso él en la emoción del gol de su equipo favorito, de repente se puso de pié y se dirigió a su mujer que en la cocina lavaba los trastes y le dijo: "Mujer, voy por unos cigarros". Ella lo miró y asintió con la cabeza. Él se dirigió a la puerta, la cruzó hacia afuera y se enfiló a la calle. Pues bien en cruzando la puerta ya nunca volvió, nunca nadie volvió a saber de él. De eso hace ya muchos años. Sus hijos crecieron. La mujer, en espera aún de aquel hombre. Nunca hubo una despedida. Y por ello, un gran hueco en el corazón de la pobre. Esta historia es de sumo conocida por todos. "El hombre que salió por cigarros y nunca volvió". Las malas lenguas dicen que tenía otra mujer y que por ello decidió abandonar el primer hogar. Otros varios, que le conocieron bien, aseguran que a él lo mataron, que andaba en malos pasos porque tenía deudas fuertes con ciertos personajes de mala reputación. Y que lo que pasó fue que mientras el hombre se dirigía al tendajón por cigarros lo abordaron oscuros hombres en la calle y con arma de fuego en mano calibre treinta y ocho y/o cuerno de chivo lo obligaron a subir a un auto de vidrios polarizados. Y de ahí más nada.
Una mujer aseguraba que lo había visto entrar alguna vez en la estación del metro Pino Suárez de la mano de otro hombre. Más nada. Su mujer aún lo espera. Faltó la despedida.
La despedida. Necesaria para dejar ir aquello que se quiere. Para liberar aquello que se aleja. Un ser querido, un familiar, un ser amado. Un amigo, un colega. Incluso un lugar, un pueblo, un barrio, una colonia. Incluso un trabajo, un taller, una oficina. Incluso un objeto, una cosa muy preciada.
Y es por ello, que una mujer aún espera a aquel hombre. Porque no hubo despedida...
Diose el caso hace un tiempo también de una mujer oriunda de esta colonia. Vivía sola, ella de edad avanzada, digamos, lo que se dice adulta mayor. Bueno, en realidad no vivía sola. Tenía en su casa con ella doce gatos. A los cuales amaba. No le conocían otra familia los vecinos. Ellos eran su propia familia. Y ella se desvivía por ellos. Y ellos la acompañaban. Resultóse que en cierta ocasión los vecinos de tiempo atrás molestos por la cantidad de gatos que la mujer poseía denunciaronla ante las autoridades de control canino y gatuno. Y después de muchas visitas y citas de los representantes de control animal, le fueron decomisados. Triste y traumática situación para aquella mujer, que poco pudo hacer para recuperarlos. Y como sola la casa, sin sus habituales habitantes que la acompañaban, la mujer sola ahora sí se quedó. La pequeña casa ahora se le hacía inmensa sin sus amados amigos. Y la melancolía le consumía. Y de mucha tristeza enfermó. Y otros síntomas aparecieron y consumían su salud. Ya los dolores reumatoides, ya la migraña, ya la tos, ya la hinchazón de los pies. Porque pensaba mucho en ellos. Los extrañaba....No hubo despedida....
Caso conocidísimo. Una desdichada mujer que vivió en México en remotas épocas. Dícese que era española y que vino a estas tierras durante la colonia. Esposa de un hombre de gobierno que servía a la corona. Pero otros dicen que su origen era otro. Que ella era una noble indígena de los tiempos del imperio azteca. Pero hay quienes aseguran que era una mujer humilde macehual que vivió y sufrió la guerra de conquista. Lo cierto es que esta pobre infeliz perdió los hijos. No hay verdad absoluta en la forma. Los unos aseguran que en cada embarazo durante el parto los pequeños cuerpos surgían inertes del vientre. Y que nunca tuvo el placer de acariciarles o amamantarles vivos. Los otros afirman que los niños fueron robados y nunca aparecidos. Algún preciado cronista aseguraba que durante un paseo en barcaza, los niños jugando cayeron al agua y que la corriente los había tragado. Los más, dicen que los hijos eran jóvenes guerreros al servicio de su noble rey azteca Motecuzoma ó Axayacatl. Que murieron durante las guerras de conquista. Y un antiguo escribano defendió siempre la tesis de que las pobres criaturas habían muerto de hambre durante el asedio español a la noble capital azteca. El hecho es que una pobre mujer perdido para siempre había los hijos. Y por ello, eternamente infeliz vive en el inframundo y ahora eternamente llora su ausencia. Durante las noches regresa al mundo de los vivos y se lamenta dolorosamente por los hijos perdidos, le llaman en nuestros días "la llorona" ....No hubo despedida...
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