Pidamos al tiempo un minuto. Sólo un minuto para detenernos y mirar desde todos los ángulos posibles este gran Valle. Imaginar cómo lo vieron sus primeros pobladores. Cómo lo recorrieron. Ya sea a pie en derredor de los grandes lagos o ya sea en barcas atravesando en múltiples y diversas direcciones. Los primeros hombres de pies descalzos yendo y viniendo entre las veredas, entre las montañas. Hombres con armas de caza rudimentarias buscando el sustento. Esos son los comienzos. Desde las sierras aledañas bajar al valle y desde el valle alcanzar las cumbres de las montañas aledañas. Los primeros hombres. Cazadores, recolectores. Viviendo en pequeños grupos. No imaginaron siquiera que en el devenir del tiempo este valle, esta cuenca, este lago se convertirían en lo que llamamos Ciudad de México. Fruto de siglos y siglos de historia. Fruto de los aguerridos e interminables choques de grupos antagónicos que con la evolución natural de los acontecimientos y a fuerza de ser siempre vencedores enfrentó a dos poderosas culturas, la una americana, los aztecas, la otra, europea, los españoles.
Y entre aquellos y estos, hoy estamos aquí. Minúsculos elementos de un ser enorme y viviente. Entre aquellos primeros, que no se contaban más que algunas decenas, algunos cientos tal vez, en algún momento del interminable curso del tiempo, y nosotros, que hoy somos millones. Y al igual que aquellos en los primeros aciagos momentos , recorremos día a día, en múltiples direcciones, nuevamente el valle, buscando el sustento. Es un ciclo infinito. El sustento del grupo y la supervivencia. Siendo hoy el resultado de cientos y cientos de años, de choques y mezclas de múltiples grupos.
Pidamos al tiempo un minuto en la eternidad del Valle...de México.
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